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Libro "Drogas Inteligentes"

Supongo que debí haber escrito un artículo de este tipo hace ya tiempo, pero, como dice el refrán, “más vale tarde que nunca”.

En esta web siempre hemos reconocido que hay pocos estudios rigurosos sobre smart drugs, y que por eso tenemos que apelar, cuando recomendamos tal o cual sustancia, a las escasas investigaciones con las que contamos, al sentido común y a nuestra propia experiencia (la mía y la de todos ustedes). Pero también es cierto que esta escasez de datos fiables es aprovechada por quienes desean lucrarse abusando de los ingenuos que creen cualquier afirmación sobre productos que prometen beneficiarles en algún sentido, máxime si van acompañados de cierta parafernalia por todos conocida. Dicho en pocas palabras, no todas las autoproclamadas “drogas inteligentes” son tales, sino que algunas resultan poco más que un fraude, la mayoría de las ocasiones disfrazado con cierto tipo de verborrea, para convencer al incauto potencial comprador.  

De hecho, estamos ante un fenómeno no sólo común en el mundo de los nootrópicos. También abunda, por ejemplo, en los suplementos para deportistas -con marcas que comercializan productos sin valor nutritivo alguno-, en la industria cosmética para hombres y mujeres –con una enorme cantidad de cremas, lociones y otros potingues que aseguran reducir o eliminar la celulitis, frenar o revertir la caída del cabello, atenuar o borrar las arrugas del rostro-, y en el campo de la nutrición en general –con pretendidos alimentos light que nos ayudan a no acumular grasa y pastillas que nos hacen adelgazar gracias a componentes de extraño nombre recientemente inventado-. Creo que no me equivoco al afirmar que el 90% de este mercado que tanto ha crecido en nuestra sociedad de la imagen es sencillamente un fraude revestido de fraseología pseudocientífica, de bonitas promesas que muchos desearían ver cumplidas en sus cuerpos y, sobre todo, de mucho marketing, bombardeo publicitario y engaño a costa de millones de personas que quieren mejorar su aspecto y que ponen en esos productos sus esperanzas.

Nuestra sociedad y nuestro sistema económico, basados en el libre comercio y el consumismo -pilares que mantienen en pie y son la justificación de todo el aparato sociopolítico-, toleran y estimulan las afirmaciones radicalmente falsas de esos vendedores que nos recuerdan a los charlatanes que en las películas made in USA anunciaban el crecepelo infalible, el aceite de serpiente, el jarabe curalotodo y el elixir de la eterna juventud. Es una triste paradoja que la industria del cine -tan yanki ella- mostrara el aspecto más cómico -y actual- del fundamento de todo el entramado del que el gigante americano es el principal valedor: vender a cualquier precio, aunque sea engañando.

Centrándonos en nuestro tema, de vez en cuando leemos, en alguna página web o revista de divulgación, datos pretendidamente científicos sobre un nuevo producto, desarrollado por investigadores acreditados de alguna institución académica –casualmente siempre lejana-, que mejora de forma casi milagrosa tal o cual proceso orgánico, gracias a algún mecanismo interno potenciado por la sustancia en cuestión.

Ante esta situación tan frecuente hoy día, y partiendo de que nadie puede demostrar la veracidad o falsedad de las afirmaciones que nos quieren vender, recomendamos:

1. Un sano escepticismo, que consiste en creer sólo aquello de lo que se está totalmente seguro. Recordando conceptos básicos de lógica y filosofía de la ciencia, una hipótesis sobre algo no evidente se puede demostrar sólo en dos casos: si logra probarse mediante los hechos, de manera verificable por todos; o si resulta posible deducirla lógicamente de teorías o hechos ya demostrados. No se dejen engañar por el sofisma que “da la vuelta a la tortilla”: no es cierto que una afirmación sea verdadera mientras no se demuestre su falsedad. En ese caso podríamos inventar datos, teorías y seres fantasmales hasta el infinito, gracias a esta nueva ley de la lógica (una lógica poco razonable) en la que se basan todo tipo de parapsicólogos, videntes, tarotistas, telepredicadores, espiritualistas, adivinadores del futuro y demás fauna exótica que tanto abunda en nuestro tiempo. 
Poniendo un ejemplo de algo evidente, yo estoy seguro de la existencia de este teclado con el que escribo; no estoy muy seguro de si es realmente tal como lo veo y palpo (la distinción entre la cosa en sí y la cosa para mí, entre la realidad objetiva y la realidad para un ser humano), pero es seguro que algún objeto debe haber para experimentar estas percepciones. Citando otro ejemplo, que la tierra gire en torno a su eje y se desplace alrededor del sol no es algo directamente verificable para los que vivimos en su superficie, pero todos los datos astronómicos apuntan a ello; y siempre existe la posibilidad de embarcar en una nave espacial para verificarlo por nosotros mismos. Por último, como ejemplo de teoría deducible de datos o de otras teorías, la evolución de las especies no es evidente por sí misma (al menos no para nuestras cortas vidas), ni es algo que se pueda verificar mediante simples observaciones, pero sí que se deduce de una enorme cantidad de datos biológicos, geológicos, embriológicos...  y de otras teorías de ámbito más reducido. 
En cambio, ¿puede alguien demostrar, por alguno de estos métodos -los únicos legítimos cuando hablamos de conocimiento- la existencia de una entidad espiritual, o de algún fenómeno paranormal o trascendente a este mundo en el que vivimos? Seguro que no, por mucho que se empeñe en ello, y a pesar del número de sus adeptos ignorantes en busca de una verdad de fe que otorgue sentido a sus inanes vidas. En la misma situación se halla quien desea vendernos su falsa droga maravillosa: no le queda sino apelar a nuestra ignorancia, lo cual, lamentablemente, tiene éxito en bastantes ocasiones.

2. Buscar más información, no sólo en nuevas fuentes, sino -y sobre todo- en aquellas que sean imparciales. La objetividad total no es posible, pero el hecho de que no tengan ningún interés económico relacionado con el producto que estamos investigando es ya una buena señal.

3. No gastar dinero en esos suplementos sólo por probar, guiados por el pensamiento de que quizá funcionen. Aunque lo invertido en ellos no sea excesivo, otras personas harán lo mismo y sólo estaremos alimentando la estafa y fomentando otras futuras.

4. No comprar en ningún sitio que no sea de confianza. No sólo existen sustancias sin actividad alguna, sino también nombres de marca que dicen incluir compuestos valiosos cuando en realidad no contienen nada, o bien sólo algún placebo. Por supuesto, no debemos adquirir nada en esas páginas web que bombardean con spam (correo basura), método publicitario que proporciona excelentes indicios sobre el valor de sus productos y habla claramente sobre sus verdaderas intenciones.

5. Desconfiar de lo nuevo que promete mucho: como si alguien hubiese topado con la piedra filosofal, hubiera encontrado la solución a algún problema de la humanidad y viniese a ofrecernos la fórmula maravillosa.

Hablando en términos positivos, recomendamos confiar en los productos de venta en farmacias españolas y en las de los países que cuenten con un estricto sistema de sanidad estatal que regule y controle las sustancias comercializadas No obstante, entre los productos de farmacia no debemos fiarnos de los más publicitados, que suelen contener sustancias beneficiosas, pero en cantidades muy pequeñas para el precio que cuestan. Hay varios casos, algunos de fármacos muy conocidos que prefiero no citar.

Si adquieren algo en tiendas de dietética y herbolarios, procuren que sean productos fiables y de eficacia probada, ya que en estos casos el control es mucho menor. Miren bien los precios y compárenlos con los de productos similares de venta en farmacias, ya que en éstas suelen ser más baratos.

Si compran en establecimientos de nutrición para deportistas, desechen por principio las marcas con fiabilidad nula –muy publicitadas desde hace mucho tiempo en ciertas revistas y bien conocidas por quienes acuden en este tipo de tiendas-; limítense a las de calidad demostrada y comparen precios. Recuerden que no están en una farmacia y que el control sobre el contenido del producto es mínimo.
 

Para terminar, les ofrezco algunos ejemplos de publicidad de smart drugs con apariencia de información (pretendidamente) científica, cuando en realidad todo indica que son fármacos sin ningún valor:

“Human Growth Hormone ...

Aparenta y siéntete veinte años más joven. Reducción de grasa corporal (reducción de grasa y celulitis) – 82%. Reducción de arrugas – 61%. Nivel de energía (mejora de energía y de patrones de sueño) – 75%. Aumento de memoria – 62%. Potencia sexual (satisfacción y deseo sexuales incrementados) – 75%. Fuerza muscular – 88%. Estabilidad emocional – 67%.

¿Cómo funciona HGH...

No es una hormona. Sus ingredientes están designados para estimular a la glándula pituitaria de forma que mejore la elaboración y secreción de la hormona del crecimiento. Una vez la hormona del crecimiento es producida dentro del organismo, los beneficios que conseguirá con ella en lo que concierne a juventud también lo serán respecto del cuerpo, dando lugar a mayores niveles de energía, una masa corporal limpia, fuerza y deseo sexual incrementados, mejora del humor y una sensación de ser más joven..."

Hay poco que comentar, ya que los lectores se darán cuenta del engaño fácilmente. Es cierto que la hormona del crecimiento mejora la fuerza muscular –motivo por el que muchos deportistas se la inyectan-. También puede mejorar los niveles de energía y la memoria. Las otras afirmaciones son dudosas. Y, lo que es más importante, la hormona del crecimiento puede aportar estos beneficios, pero su forma de administración es inyectable y tiene que ser la hormona misma la que se administre, mientras que este tipo de productos que estamos describiendo se elabora a base de aminoácidos. Es cierto que la presencia de ciertos aminoácidos puede elevar los niveles de hormona del crecimiento en el organismo, pero sólo si se consigue que traspasen la barrera hematoencefálica (sangre-cerebro), cosa difícil de lograr por vía oral. Sería necesario administrarlos en inyección y tener en cuenta los niveles de otros aminoácidos que pudieran competir con ellos. En caso de que la terapia tuviera éxito, habría que estudiar los problemas derivados del desequilibrio interno entre aminoácidos que estaríamos originando. Tampoco podríamos olvidar los posibles efectos secundarios de la droga. Como pueden ver, la cuestión es más compleja de lo que la publicidad nos presenta, la cual se limita, de forma parcial e interesada, a afirmar que la ingestión de aminoácidos aumenta los niveles de la hormona del crecimiento, con el objetivo de convencernos de las bondades del suplemento en cuestión.

Recuerdo también varios anuncios de productos para deportistas y culturistas, que aparecían machaconamente -mes tras mes- en revistas de musculación, los cuales aseguraban contener fórmulas a base de plantas que elevan los niveles de testosterona sin causar efectos secundarios, gracias a sus esteroles (forma natural de los esteroides). La publicidad terminaba diciendo: “producto no recomendado para mujeres”, sugiriendo que la elevación de la testosterona podría originarles problemas de virilización, lo cual no era más que un gancho publicitario. Es evidente que la ingestión de un suplemento vegetal no puede producir este tipo de efectos, ya que, aunque contuviera esos esteroles que afirman, serían rápidamente inactivados en el aparato digestivo.

Seguro que los lectores pueden localizar muchos otros ejemplos de publicidad dudosa o engañosa. Les animo a que lo hagan, los comenten y los envíen para publicarlos en esta web.

 

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