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El comedor de hachís – Vida y obra de Fitz Hugh Ludlow (I)

J. C. Ruiz Franco


Libro sobre el comedor de hachís
 

Esta serie de artículos se publicó originalmente en la revista Cannabis Magazine
 

Todas las entregas sobre Ludlow:

 

Fitz Hugh Ludlow, un norteamericano que vivió a mediados del siglo XIX, simboliza las virtudes y los posibles peligros del cannabis. Un joven nacido en Nueva York de sólo diecisiete años se dedicó a comer, día tras día, durante un período de varios meses, grandes cantidades de hachís. El lector sabe bien que no es lo mismo fumar cannabis que ingerirlo; que por vía oral suele ser más potente y aumenta la posibilidad de efectos adversos. Además, no se trataba de ese hachís que se vende en la actualidad, normalmente procedente de Marruecos, que se elabora con plantas macho y plantas hembras, que lo que menos contiene es resina de cannabis y se suele cortar con goma arábiga, restos de otras plantas, cera, aceites, etc. Nada de eso: era una de las potentes presentaciones que existían en aquella época anterior a la prohibición de las sustancias psicoactivas.

 

Las cantidades que Ludlow ingería eran “heroicas”, afirmaban sus coetáneos y los comentaristas de su obra. Y con la ingestión continuada del extracto de la divina planta sucedió lo que tenía que suceder: un joven con un enorme talento literario vio disparada su imaginación, visitó países exóticos sin moverse de su ciudad, caminó por los más maravillosos paisajes sin levantar un pie y redactó hermosos escritos cargados de fantasía. Así transcurrieron algo más de dos años, con su preceptiva toma diaria de hachís durante varios meses seguidos. En cierto momento, ya preocupado por una dependencia que le resultaba imposible abandonar —no porque existiera adicción física, imposible con el cannabis, sino porque le dolía dejar su mundo de ficción y volver a contemplar la mediocre realidad—, y bajo los efectos de la droga decidió escribir primero un artículo y después un libro sobre el tema. Las obras estaban destinadas al público, a modo de confesión, para que los lectores evitaran caer en el mismo problema; pero también a sí mismo, para expresar sus vivencias, describir sus pautas de consumo y facilitar la tarea de dejar el hábito. De este modo legó a la posteridad El comedor de hachís, libro que escribió de un tirón, sin corregir casi nada de lo que salía de su pluma: un verdadero frenesí cannábico en todos los sentidos, tanto en el contenido como en la forma.

 

Resulta interesante que en el período de unos cuantos años coincidan los pioneros de la literatura cannábica. En 1839, William Brooke O'Shaugnessy publicó “On the Preparations of the Indian Hemp, or Gunjah”. En 1843, Francois Lallemand publicó, bajo el seudónimo de ‘Germanos’, su libro Le hachych, el primer texto que utiliza el hachís como argumento principal de una narración. El libro se hizo muy popular, el autor lo reimprimió varias veces, y en esas ocasiones sí lo hizo con su nombre. Théophile Gautier publicó el artículo “Le hashish” en 1843. El doctor Jacques-Joseph Moreau publicó Du Hachisch et de l'Alinéation Mentale: Études Psicologiques en 1845. Gautier publicó el artículo “Le Club des Hachichins” en 1846. En 1854, el viajero escritor Bayard Taylor publicó The Lands of the Saracen, donde se incluía el capítulo “The vision of hasheesh”; en 1856, mismo autor publicó anónimamente el artículo “The hasheesh eater”, que tanto influyó en Ludlow. A finales de ese mismo año Ludlow publicó el artículo “The apocalypse of hachis”, y en 1857 el libro The hasheesh eater. En el mismo año, el doctor John Bell publicó “On the Haschisch or Cannabis Indica”, y en 1860 Baudelaire publicó Los paraísos artificiales. La lista continúa durante los años siguientes, pero basta esto como muestra.

 

Dejémonos de digresiones históricas y vayamos con nuestro protagonista. Fitz Hugh Ludlow nació el 11 de septiembre de 1836 en Nueva York, segundo hijo de la pareja formada por Henry Ludlow y Abigail Welles (el primer hijo de la pareja murió a los pocos días de nacer). El padre, el reverendo Henry G. Ludlow (1797-1867), había estudiado Teología en la Universidad de Yale, era ministro de la iglesia presbiteriana, decidido partidario de la abolición de la esclavitud y miembro del Amistad Committee de Nueva York, entidad que ayudaba a los esclavos a conseguir la libertad. En aquella época era tan poco popular ser abolicionista en los Estados Unidos que, unos meses antes del nacimiento de nuestro protagonista, una multitud entró en la casa de su familia, expulsó a su padre y a su madre, y la destrozó por completo. Su posición convertía a Henry en blanco frecuente de los ataques de los esclavistas. Además del altercado en su casa, una de las iglesias donde predicaba fue parcialmente destruida en 1834, durante una noche de furia antiabolicionista. Para nuestra historia es más importante saber que era también miembro de la American Temperance Society, una organización dedicada a difundir los principios de la abstinencia del alcohol, y en sus sermones criticaba el consumo de opio y bebidas alcohólicas. La American Temperance Society fue fundada en Boston, en 1826, en medio de un ambiente puritano que propició un renovado interés por la religión y las buenas costumbres. En sólo doce años ya contaba con 8.000 organizaciones locales, más de un millón y medio de miembros y dieciocho publicaciones periódicas. Aunque al principio sólo preconizaba la moderación, después pasó a fomentar la abstinencia completa, y más tarde a presionar al gobierno para que tomara la decisión de prohibir el alcohol, medida que consideraban la receta mágica para acabar con la pobreza, el crimen y la violencia. De hecho, fue uno de los movimientos que influyeron en el establecimiento de la Ley Seca y el control de las drogas a partir de comienzos del siglo XX. Volviendo a la religión, Henry sintió la vocación del sacerdocio en la época del llamado Second Great Awakening (Segundo Gran Despertar), que dio lugar a numerosas nuevas sectas cristianas, entre ellas los adventistas y los mormones, creadas con el objetivo de remediar los males de la sociedad antes de la segunda llegada de Cristo. Hasta ese momento, el todavía joven Henry no había sido precisamente un cristiano ejemplar, pero su conversión fue especialmente intensa.

 

(Continuará)

 

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